viernes, 15 de mayo de 2020

CARNE



Aquél árbol había sido sembrado, sus semillas habían sido impelidas por el viento
Cayendo en tierra fértil a unos metros del cauce de un río.
Enmarcado en un valle de ensueños fue creciendo, y como un imán atraía por su inmensa frondosidad a personas enamoradas, que habían sufrido la angustia del abandono y esas lágrimas poco a poco, hicieron las veces de agua para sus raíces.
Tan atrayente era su presencia que no pasó inadvertido, para los leñadores de la zona, que esperaban que creciera un poco más y darle según ellos “un buen destino”.
Había cobrado vida, sus raíces se habían adentrado más y más en tierra fecunda como manos pidiendo calor en un gélido invierno.
No se resignaba a ser solo unos trozos de madera para luego ser arrojado al fuego y luego volver a cenizas.
Habían quedado grabados en su corteza, muchos “te quiero”, “nunca te olvidaré”, iniciales y promesas de amor eterno, acuñadas con la tinta indeleble del amor.
Había rogado a una estrella que lo condujera a expresar esos sentimientos.
Un hacha lo amenazaba y su corazón tenía tanto por decir…
En el un pueblo cercano se instaló una fábrica de sillas, mesas y lápices fue entonces que su destino amenazante cambiaba de forma, y sucedió lo que tanto anhelaba, su madera entregó humildemente para estos enseres, aconteció entonces que las soportes de las sillas y mesas se quebraban sólo quedaba un destino ser carne de lápices.
Su sueño estaba realizado a través de su Ser los verbos amar, soñar y desear fueron conjugados por los poetas de todas las épocas  y cada vez que ellos bailaban con su musas, el acariciaba sus almas con su corteza aún viviente. 

Sandra Taragán – Vicairot
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