Bingo acompañaba a
Antonio todas las tardes a la plaza del barrio, allí tomaban sol y disfrutaban
del trino de la variada melodía de los pájaros, amigos fieles e inseparables, a
las cinco de la tarde estaban allí en aquella banqueta deteriorada por el paso
del tiempo pero que parecía la mas bella del mundo, cinco y quince exactamente
llegaba Marianela con sus cabello rizado y pasos lentos reconocidos
inmediatamente por sus ansiosos amigos.
La charla era amena y
tranquilizadora, el sol acariciaba sus rostros como una suave pluma.
Luego de un rato
marchaban a sus hogares, lozanos por el tiempo compartido, agradecidos por la
tarde y sensaciones vividas.
Un día de abril,
Marianela acudió a la cita, sus amigos no llegaron.
Persistente la chica
siguió acudiendo día tras día, sin resultados.
Bingo estaba acomodado
en su almohadón predilecto muy triste, observaba el sillón vacío y el bastón de
su amigo, efectivamente Antonio había fallecido.
Y Bingo pasó a ser
perro guía de Alejandro.
Todavía estaban en la etapa
de conocerse, no era fácil, en la mente de Bingo perduraba la triste ausencia
de Antonio.
Alejandro se destacaba
por sus habilidades para realizar manualidades en mimbre, era su medio de vida,
sus manos eran rápidas y ágiles, su tacto le permitía danzar entre cestos,
sillas y elementos decorativos que luego llevaba a un comercio cercano a su
casa, cada vez mas conforme con su nuevo amigo su amistad se entrelazaba,
estaban aprendiendo a conocerse
Sólo algo inquietaba a
Alejandro, todos los días a las cinco de la tarde Bingo corría hacia la puerta
jadeando y ladrando.
Una rojiza tarde
Antonio tomó la decisión, cayado en mano, abrió la puerta y se dejo llevar …
Bingo lo llevó a aquel banco impregnado de sentimientos, unos pasos lentos se
acercaban era Marianela.
Una nueva cita había
comenzado.
Sandra Taragán-
Vicairot
Nota: basado en una historia real
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